BURGOS: MONASTERIOS E IGLESIAS SIERRA DE LA DEMANDA
El programa del fin de semana, 23 y 24 de noviembre, se presentaba ambicioso y exigente, pero su organizadora no había dejado ningún cabo suelto y pudo cumplirse de principio a fin, a pesar de que el tiempo otoñal no lo puso fácil porque hubo momentos de sol, fases de abrigo, ratos de paraguas y rachas de viento.
Los animosos treinta inscritos de procedencia diversa (Asturias, Valencia, Navarra, Aragón, Castilla y León y País Vasco), desplazados en coches particulares, llegan puntuales a su cita el sábado a las diez de la mañana a las puertas del Monasterio de San Pedro de Cardeña.
El monje-guía (Román de nombre) nos recibe a las 10:15. El inmenso edificio lo habitan una docena de religiosos trapenses de la orden cisterciense de la estricta observancia. Salen adelante elaborando vino, licores, próximamente cerveza… y con la hospedería llena de viajeros jacobeos, urbanitas estresados o necesitados de espiritualidad.
El origen del monasterio podría remontarse al s. VIII, podría tratarse incluso del primer cenobio benedictino peninsular, pero los incendios, las razias, desamortizaciones y guerras devastaron la biblioteca antigua por completo y no existe documentación que respalde tal afirmación. De su scriptorium salieron obras bellamente iluminadas como la Biblia Visigoda de Cardeña, la Biblia de Burgos, el Beato de Liébana, el Beato de Cardeña o los Diálogos de San Gregorio Magno, ninguna de las cuales se encuentra aquí.
En 934, las tropas de Abderramán III destruyeron el edificio y martirizaron a doscientos de sus monjes, que fueron canonizados en 1603. Un hecho que provocó el aumento de la peregrinación y la demanda de reliquias de los Santos Mártires y, por ende, de los ingresos del monasterio. Gozó de benefactora tutela real desde Alfonso III de Asturias, hasta los Austrias menores, pasando por reyes navarros, reyes leoneses y condes y reyes castellanos, alcanzando su apogeo con Fernando I de León.
Según el Cantar de Mio Cid, de aquí parte el Cid para su primer destierro, dejando a su mujer y a sus hijas bajo la protección del abad Sisebuto y, tres años después de su muerte, aquí vuelven y son enterrados sus restos mortales en 1102. Una capilla del interior de la iglesia a la izquierda del crucero es hoy el Panteón del Cid y de toda su familia cercana, sin embargo, los sepulcros de Rodrigo y Jimena están vacíos pues sus huesos fueron trasladados a la catedral de Burgos.
Los vestigios románicos son muy escasos, destacando la torre de la iglesia en sus primeros tramos y una arquería del Claustro de los Mártires, visible desde la sala capitular, con su característica bicromía.
Nos despedimos de fray Román que no nos ha dejado desviarnos del recorrido establecido ni un solo centímetro, aunque nos hubiera gustado subir por la torre y pasear por el claustro, pagándole el óbolo estipulado y salimos hacia Burgos, nuestra siguiente parada está en la desacralizada iglesia de San Esteban, a los pies del castillo, convertida en Museo del Retablo. Hay aquí expuestos una veintena de retablos de todas las dimensiones, épocas y estilos (del s. XV al XIX) rescatados del abandono o la falta de recursos de sus iglesias de procedencia, algunos de gran valor artístico. También se restauran y exponen sepulcros de madera y alabastro, marfiles filipinos, cruces y custodias procesionales, báculos y cálices de plata, tallas de vírgenes, cristos y santos. Los pueblos de los que han venido estas imágenes siguen siendo sus titulares y pueden disponer de ellos para sus fiestas y procesiones patronales y devolverlos al museo para su custodia y conservación.
Un museo muy interesante en continente y contenido, de agradable recorrido, de muy recomendable visita.
Reponemos fuerzas en el restaurante Abadengo (buena y abundante la comida servida) …
…estratégicamente situado al lado de nuestra siguiente parada: Santa María la Real de las Huelgas.
De todos es sabido que el rey Alfonso VIII y su mujer, Leonor de Plantagenet, fundan en 1187 este monasterio femenino con el objetivo de que sirviera de lugar de retiro a las mujeres de sangre real no destinadas a ceñir corona por vía matrimonial y de panteón funerario de los reyes de Castilla. También es conocido que el poder de sus abadesas perpetuas fue extraordinario pues tenían jurisdicción eclesiástica, civil y militar sobre más de 50 poblaciones y solo obedecían al papa. Estos privilegios fueron suprimidos en el s. XIX por el papa Pío IX. En la actualidad, treinta y dos monjas de la Congregación Cisterciense de San Bernardo habitan el monasterio dedicadas a la oración y a trabajos de cerámica y lavandería para hoteles.
Cruzamos el arco de la puerta de Alfonso XI para entrar en la plaza del Compás, donde se encuentran las taquillas, nuestra reserva es a las 16:45. Una vez repartidos los auriculares para escuchar bien a nuestra guía, Jimena, y pasados los controles, comenzamos el recorrido de una hora a velocidad de crucero, hay mucho que ver y sesenta minutos no dan para tanto. Probablemente, no será la primera visita para muchos de nosotros, ni será la última porque siempre se sale con la sensación de haber visto poco. Lo primero, pasar del Compás de adentro al Compás de afuera por la verja que nos abre nuestra guía, disfrutar de la imagen de la torre campanario fortificada enmarcada por su arco apuntado y recorrer la larga galería porticada, conocida como Pórtico de los Caballeros, hasta la entrada a la iglesia, por el lado derecho del transepto, donde comienza realmente la visita.
Nos encontramos con una iglesia sobria, de estilo cisterciense, cuyas tres naves fueron separadas de la cabecera en el s. XVI, a raíz del concilio de Trento, por un muro de mampostería para preservar la clausura. En la nave central, ese muro se abrió al altar mayor, se cerró con reja para que las monjas pudieran asistir a los oficios religiosos y se instaló un ingenioso púlpito giratorio de hierro dorado para que pudieran escuchar bien al predicador.
Por una pequeña puerta abierta en el muro, accedemos a la nave del evangelio o nave de Santa Catalina. De los treinta y dos sepulcros que hay en la iglesia, dieciséis de ellos se encuentran en esta nave. Los mejor conservados son los sepulcros del hijo de Alfonso X el Sabio, el infante Fernando de la Cerda, así apodado por un lunar peludo con el que nació (coletilla de la guía), que es el único que no fue saqueado, el de su hijo Alfonso de la Cerda el Desheredado, que solo heredó el apellido-mote de su padre, pero no sabemos si también el lunar, y el de Enrique I, hijo menor de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra que murió por accidente con trece años al caerle una piedra en la cabeza, siendo niño, pero ya rey.
En la nave central sorprende, sobre todo, el doble sepulcro de los fundadores, Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra, fallecidos ambos en octubre de 1214, ricamente decorado con los motivos heráldicos de Castilla y de los Plantagenet, y la sillería de nogal del coro encargada por Ana de Austria. También destaca un retablo baldaquino coronado por un Descendimiento de finales del s. XIII.
Hay otros cinco enterramientos en esta nave central, los más sobresalientes del monasterio, los nueve sepulcros restantes se encuentran en la nave de la epístola o de San Juan que atravesamos a continuación para salir, por una puerta gótica con bonita taracea mudéjar, al claustro de San Fernando que, por estar cegada su arquería, se ha convertido en un simple corredor con intrincadas yeserías mudéjares en las bóvedas, con imágenes de animales y escritura cúfica. A este claustro se abre la elegantísima sala capitular, una imagen vale más que mil palabras:
A toda velocidad Jimena nos conduce hasta Las Claustrillas, el claustro románico construido hacia 1200 en el que intervino el maestro Ricardo, corazón del monasterio donde empezó la vida monástica. Completamente rodeado de arcos de medio punto que descansan sobre columnas pareadas con capitales vegetales en el más bello estilo císter.
Un grueso pilar, con una ventana aspillera en su parte inferior, divide en dos tramos cada una de las galerías del claustro. Dos de esos pilares muestran una fantástica decoración en la que se pueden reconocer los elementos de una típica ciudad románica de la época.
En una esquina de este claustro se encuentra la Capilla de la Asunción, de estilo almohade, donde se cree fueron enterrados los restos de los fundadores en un principio, hasta su traslado en 1279 al emplazamiento actual en la iglesia. Nuestra guía, desgraciadamente, no se detuvo lo suficiente en ella.
Salimos al exterior para acceder a la capilla de Santiago de arquitectura y artesonado mudéjar, donde se encuentra la talla de Santiago sedente de brazos articulados empleada para armar caballeros, dándoles el espaldarazo.
Y aprovechamos la ocasión de hacernos una foto de grupo con la cabecera de la iglesia al fondo:
Jimena, nuestra guía, nos deja a la entrada del Museo de Telas Medievales, antigua cilla o almacén de grano del monasterio, y se despide de nosotros. Podemos recorrer libremente la sala y admirar las piezas expuestas que proceden fundamentalmente de los ajuares funerarios de los reyes e infantes de Castilla enterrados en el monasterio, muy bien conservadas porque la alta calidad de la seda empleada en los tejidos evitó su putrefacción. Impresiona el completo y lujoso ajuar del infante Fernando de la Cerda.
La pieza más importante es el llamado Pendón de las Navas de Tolosa, tapiz almohade tejido con hilos de oro sobre sedas de gran colorido. Por su gran tamaño y peso, más de seis kilos, la tradición dice que formó parte del frontal de la tienda de campaña del califa almohade An-Nasir al que derrotó Alfonso VIII en esta batalla.
Aquí termina nuestra visita a este lugar extraordinario que cumplió con creces las funciones para las cuales había sido fundado, que vio armar caballeros y coronar reyes. Al salir, ya ha caído la noche y el Museo de Burgos cierra a las siete, imposible de llegar a tiempo ni para una corta visita, lo dejaremos para otra ocasión que, sin duda, habrá.
El grupo se dispersa, mañana vamos a ir en busca de ocho joyas. La cita es a las nueve en la puerta de la iglesia de S. Miguel Arcángel de Arlanzón.
Con gran puntualidad, el domingo iniciamos la jornada en Arlanzón, pueblo cercano a Burgos en la ruta jacobea de La Rioja. La fría y clara mañana nos brinda una preciosa vista de la Sierra de la Demanda desde el sur de la iglesia. Nos reciben su joven alcaldesa, Marta, e Isabel, la vecina que nos abre el templo.
Nave única, con dos capillas laterales con reformas posteriores. Bonito ábside con canecillos abundantes y buen estado de conservación. Primera joya.
Pasó el panadero, haciendo sonar ruidosamente el claxon y hubo más de uno que compró pan y madalenas. Isabel cerró la puerta y nosotros seguimos nuestra ruta hacia la iglesia de San Esteban Protomártir de Pineda de la Sierra.
La carretera serrana es serpenteante, vamos dejando a nuestra derecha el río Arlanzón con el embalse de Úzquiza primero y luego el de Arlanzón, rodeados de bosque de roble con los colores del otoño. De vez en cuando una vaquería, una pequeña explotación maderera. La primera imagen de la iglesia de Pineda es impactante. Nos recibe Conchita, propietaria de un bar en el pueblo, y custodia de las llaves.
Destaca la galería porticada en su costado meridional, de once arcos de medio punto separados en dos sectores por la puerta de entrada al pórtico con columnas y capiteles con motivos vegetales y figuras humanas. Abundan los canecillos. Segunda joya.
Nos vamos de Pineda con pena de no tener tiempo también de pasear por las calles del bonito pueblo, pero llueve y hace frío, estamos a 1200 m. de altitud, y la pena es menos. Milagros nos estará esperando en Riocavado de la Sierra para abrirnos su iglesia de Santa Columba.
Está situada en un cerro con acceso peatonal bien acondicionado. La notable torre es anterior al propio templo y conserva un ábside del s. XII muy bello en su interior. Bien iluminada, bien conservada, no fue difícil localizar el capitel de la lujuria a la derecha del arco triunfal, como nos proponían los apuntes previos, para convenir finalmente, que de lujuria nada, que se trataba de una tierna escena. Tercera joya.
El tiempo ha vuelto a cambiar, brilla el sol de nuevo, el viento se calma, salimos en busca de la iglesia de San Martín de Tours en Vizcaínos de la Sierra.
Nos espera Jorge, para ofrecernos sus servicios como portero, fotógrafo y guía hasta arriba del campanario, después de haberlo limpiado para nosotros. Sin estos voluntariosos paisanos desinteresados, sería imposible tener estas satisfacciones.
El conjunto de nave, pórtico y torre es armonioso y bello. El emplazamiento espectacular. Nos entretenemos admirando sus capiteles y canecillos de bella factura. Tiene un enorme interés ya que, a través de su evolución arquitectónica, los investigadores han podido rastrear el paso de las formas hispanovisigodas al románico pleno de la segunda mitad del siglo XII.
En su interior, una elegante cabecera y una pila bautismal muy notable completan los motivos por los que venir hasta aquí ha sido un acierto. Cuarta joya.
A las puertas de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Jaramillo de la Fuente, le damos a Amancio recuerdos de parte de Jorge el de Vizcaínos. Amancio retira el palo cruzado en el arco de entrada al pórtico de la iglesia, que pone para evitar que entren las vacas a lamer las piedras, nos abre la magnífica puerta de bellos herrajes y podemos entrar al templo cuando nos cansemos de contemplar en el exterior los mil detalles esculpidos por los canteros. Quinta joya.
En estas iglesias de la Demanda, desde Pineda hasta Jaramillo, hemos podido ver la bella factura y gran calidad de la labra, no cabe duda de que el taller de Silos tuvo mucho que ver en ello.
Hora de reponer fuerzas en Doña Lambra, el restaurante situado en Barbadillo del Mercado donde el grupo tiene su reserva. Comemos en el tiempo previsto, nos sirven rápidamente para permitir que medio centenar de cazadores ocupen nuestras mesas y, sin demora, salimos a buscar las piedras preciosas que aún nos quedan por recoger.
Quintanilla de las Viñas. Ermita de Santa María
Exenta, en un altozano en pleno Alfoz de Lara, y rodeada de restos arqueológicos celtíberos, romanos y medievales, encontramos lo que queda de ella: la cabecera y parte del crucero, del s. IX-X según unos, del s. VIII según otros. Prevalece esto último y se considera visigoda, posiblemente de las últimas que aún podemos contemplar en la península.
Llegamos a ella con el tiempo otra vez desapacible, con lluvia y viento que volteaba los paraguas. Antonio, el de la llave y guía, único funcionario del recorrido, nos explica las particularidades del edificio al remanso. Sorprenden los grandes sillares y, en el exterior de la cabecera, los tres frisos corridos decorados con bajorrelieves que representan animales, cuadrúpedos y aves, encerrados en círculos tangentes entre motivos vegetales. También hay unos anagramas no descifrados. Al pasar adentro, impone el alto arco toral de herradura que enmarca el altar, con todas sus dovelas talladas y apoyado en dos enormes bloques decorados cada uno con una pareja de ángeles que sostiene un medallón o clípeo. Dentro de ese clípeo, en uno está representado el sol y en el otro la luna. Estos bloques hacen la vez de capiteles de unas columnas de mármol romanas que aparentan soportar el peso del arco. En total hay siete bloques tallados, cinco aquí y otros dos robados y recuperados que están en el Museo de Burgos, el que no nos dio tiempo a visitar ayer. Entre ellos, notable es el bloque situado sobre la clave del arco, con un pantócrator con nimbo crucífero y en actitud de bendecir, que puede tratarse del más antiguo de la península. Lástima que la altura y la falta de iluminación no nos dejaran más que intuirlo.
Si se mantiene en pie quizás sea gracias a los pastores que buscaron en ella refugio del frío y la noche. Restos de fuegos encendidos en el interior son visibles y confirman esta idea. Mil preguntas sin respuesta, mil incógnitas que despejar la envuelven en misterio. Aunque es Monumento nacional desde 1929 y fue restaurada, su estado de conservación es muy deficiente y está expuesta a expolios pues no dispone de la más mínima vigilancia, ni siquiera la de vecinos próximos. Sexta y rara joya del día.
Agradecimos meternos en los coches para seguir nuestro camino hasta la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora en Lara de los Infantes.
La población se asienta bajo el cerro del Picón de Lara y de la silueta de las ruinas, allá en lo alto, de lo que fue el castillo de los primeros condes castellanos. Nos hace recordar la leyenda de sus siete infantes.
Charo nos abre la puerta, el custodio titular es su padre pero con su edad ya no puede subir a su iglesia.
Es curioso que, a pesar de tener una gran torre, esta no pueda verse desde el pie por donde entramos. Una construcción enorme, parece que con fines de almacenamiento de grano, encierra a la nave principal y tapa la visión de la iglesia en su conjunto. De amplias dimensiones, sufre una mezcla de estilos y decoraciones que la buena iluminación artificial no favorece y la mala conservación tampoco. Lo anterior obedece a las diversas funciones que según la época, el clero o los nobles le dieron, de almacén de víveres, de refugio, de clausura… En la actualidad es sala polivalente cultural. Séptima joya sin brillo.
Antes de que se nos haga de noche, hay que rematar bien la jornada. Tenemos una cita con la iglesia de San Millán Obispo en San Millán de Lara…
…Y con Aurelio, su alcalde, que nos recibe con recia seriedad castellana. Nos deja a nuestro albedrío, así que preferimos empezar por el exterior por aprovechar los pocos minutos de luz que quedan. Javier describe las portadas (volvimos a toparnos con la lujuria y con el buen hacer del taller de Silos) y sorprende la ubicación de su torre sobre una gran roca natural. En el interior de la iglesia está la respuesta: la roca está excavada, fue el primitivo eremitorio de San Millán y sobre él se construyó el campanario, la entrada se realiza a través de un arco de herradura. Octava joya.
La charla amistosa con el alcalde, sobre la situación social de la comarca, pone punto final a este domingo de descubrimientos. Ya puede hacerse de noche. Quisimos recoger ocho joyas y ¡ocho han sido! Volvemos a nuestras casas mucho más ricos de lo que salimos.
Miro Vallejo y Mar Díez