Hacía tiempo que los compañeros de Madrid fabulábamos con esta anhelada incursión en el valle de Boí. Allí, en tan reducido espacio de la Alta Ribagorza (Lleida), se encuentra la cuna y máxima representación del arte románico catalán, una excepcional concentración de iglesias declaradas Patrimonio de la Humanidad en el año 2000. Ocho iglesias y una ermita del mismo estilo arquitectónico conservadas a lo largo del tiempo con pocas modificaciones que hayan alterado significativamente su concepción inicial, como resaltan con orgullo sus conservadores.
El premio a tan largo viaje, 560 kilómetros en tren más las duras caminatas a través de este pequeñoo rincón del Pirineo, merecía sin duda la pena. A riesgo incluso de la amenaza de una torrencial gota fría propia de las fechas programadas, del 11 al 13 de noviembre, y de una huelga en Renfe, de las que al final nos libramos. Afortunadamente, ninguna de estas dos incidencias afectó a nuestros planes. Los 23 Amigos del Románico embarcados en la aventura (diecinueve de Madrid, dos de Guadalajara y dos de Cádiz) partimos de la Puerta de Atocha un día merecedor del mes de junio, sin rastro de la anunciada DANA y a la velocidad propia del AVE, nada que ver con el estatus de reposo de nuestro querido Románico. En el vagón, aprovechamos para recitar como una letanía los nombres de las joyas que íbamos a visitar: Sant Climent y Santa Maria de Taüll, Sant Joan de Boí, Santa Eulàlia d’Erill La Vall, Sant Feliu de Barrera, La Natividad de Durro, la ermita de Sant Quiric de Durro, Santa Maria de Cardet y La Assumpció de Cóll, construidas durante los siglos XI y XII.
A la hora prevista, en la estación de Lleida nos aguardaba un minibús, con el que realizamos los traslados previstos. La torre de la Seu Vella de Lleida nos recibió con las doce campanadas del mediodía mientras Merche, la guía, nos ponía en valor esta catedral como el monumento más emblemático de la ciudad. Nos encontrábamos ante el edificio de identidad de los leridanos (ilerdenses, para los más eruditos). Su majestuosa torre campanario de mediados del XIV, de 60,60 metros, conocida coloquialmente como El Faro, se hace visible desde varios kilómetros, y sus 238 peldaños se presentan como un desafío para quienes osen encaramarse a lo más alto. Un gran número de amigos tuvieron la valentía de afrontar el reto; lo pagaron con unos cuantos calambres que dieron por buenos ya que las vistas lo merecían.
La iglesia, anterior a la torre, data del siglo XIII y se accede a ella por las puertas de la fachada románica, que conserva la mayoría de sus ornamentos mutilados, consecuencia de haber sido utilizada como cuartel militar en 1948.
La Seu Vella, que llegó a custodiar como reliquia un panniculum, un hilo de los pañales de Jesús, es de planta basilical de cruz latina con tres naves, un transepto muy acusado y una cabecera escalonada. Conviven en ella el arte Gótico y el Románico, este último se hace más presente en capiteles y portadas. Aunque no es Románico, merece una mención especial el claustro. Por sus espectaculares dimensiones está considerado uno de los grandes claustros góticos de Europa, con la peculiaridad de estar construido a los pies del templo. Todo este conjunto monumental se completa con la fortificación militar y el castillo de la Suda. Concluida la visita, pusimos rumbo al restaurante concertado, L’Aplec, donde recuperamos fuerzas, sobre todo los que subieron al campanario, y comentamos lo ya visto y lo que nos aguardaba por conocer. Como es habitual en estas comidas, la coronamos con un sorteo que congregó la expectación de todos por ver quién se hacía con la mochila, el libro o la pila bautismal propios de estas ocasiones. Sonrientes los afortunados y somnolientos el resto, pusimos rumbo al próximo destino, el monasterio de Avellanes.
Allí fuimos recibidos por el que es su primer director laico, Roberto Porta, que nos hizo la visita guiada de manera distendida y agradable, de la cual quedamos muy satisfechos y con algún aprendizaje nuevo. El monasterio es un conjunto simple, sin grandes ornamentaciones y con espacios construidos en el siglo XX. De su origen del siglo XII se conservan el claustro y parte de la Iglesia. Hoy día el complejo está formado por una hospedería, un restaurante, espacios de reunión, una casa de colonias y una biblioteca. El monasterio fue fundado por los condes de Urgell en el 1166, siendo uno de los más importantes de la zona. En 1910 pasó a poder de los Hermanos Maristas (aquí me pongo melancólico, yo me eduqué en un internado marista). Ellos han sido los encargados de reformarlo y convertirlo en este remanso de ocio y descanso.
La iglesia es de planta de cruz latina, la mayoría de época gótica. En su interior no hay grandes esculturas y está decorada de forma muy sencilla, las puertas de entrada y los capiteles del claustro son muy simplificados. El claustro tampoco goza de grandes decoraciones, el único elemento de los arcos es una moldura de punta de diamante en ábacos y guardapolvos. Del total de los 36 capiteles, solo la mitad, los de los brazos sur y oeste, presentan decoración, y su relieve es plano. Una vez terminada la visita guiada, nos recuperamos con una excelente cena y un merecido descanso en las extraordinarias habitaciones del complejo, carentes de televisión, circunstancia que, en un momento así, algunos agradecimos. La segunda jornada comenzó muy temprano. El tiempo es oro y a las ocho y media ya habíamos dado buena cuenta del desayuno y partíamos hacia La Vall de Boí.
En carretera descubrimos la magnífica voz de nuestra amiga Ana, que nos deleitó con su particular versión de la canción Ay linda amiga. La premiamos con un sonoro aplauso. El valle nos recibió lleno de luz y con un colorido otoñal de su vegetación y arbolado que causó la admiración de todos nosotros. Respecto al arte Románico, comenzaré recordando que las nueve iglesias de La Vall de Boí fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000. La división territorial de la zona respondía a la fragmentación de herencias propias del régimen feudal. Los señores de Erill fueron los que promovieron la mayoría de las construcciones de las iglesias del valle. La primera que visitamos fue la de Sant Clement de Taüll, a cuyo pie de campanario nos esperaba Fabianne, nuestra guía durante toda la jornada.
Sant Climent es el santo y seña de todas las iglesias del valle, fue consagrada en diciembre de 1123. Es un templo de planta basilical de tres naves separadas por grandes arcos formeros que descansan sobre columnas. Es de principios del siglo XII con aprovechamiento de algunos muros del XI. La parte exterior muestra todas las características de las torres románicas del valle: la esbeltez, ventanas en todos sus pisos y la decoración de arquillos ciegos y frisos de diente de sierra. Los tres ábsides están ornamentados también con sus arquillos ciegos, los frisos de dientes de sierra y las lesenas o bandas lombardas.
Entrando en su interior se nos va la mirada hacia el ábside central, presidido por la imagen de Cristo en Majestad. La pintura que actualmente vemos es una fiel reproducción, las obras originales se conservan en el Museo Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), en Barcelona.
No fue menos interesante la proyección de las imágenes con el sistema Project Mapping, con un haz de luces que inunda de figuras coloridas la cabecera del templo, transportándonos en su interior a pleno siglo XII. Una maravilla. Ahora toca subir a pie a la segunda iglesia de Taüll. Antes, a mitad de trecho, hacemos una parada en la justa ubicación donde se hallaba una tercera iglesia de este pueblo preñado de Románico. Fabianne nos explica que numerosos indicios avalan la existencia de este recinto religioso, pero se desconoce el motivo de su desaparición. Incendio, riadas, desprendimientos; es indiferente, el resultado es el mismo, una valiosa pérdida cultural como otras muchas.
Retomamos la marcha y ya divisamos la silueta de Santa Maria, que a diferencia de Sant Climent se encuentra ubicada en pleno centro del núcleo de la población, justamente en la plaza del pueblo. Fue consagrada también en diciembre de 1123. Es de planta basilical de tres naves coronadas con un ábside central y dos absidiolos laterales. El campanario está ubicado dentro de la estructura del templo y todavía quedan restos pictóricos que lo decoraban. Los ábsides, a semejanza de los de Sant Climent, también disponen de arcos ornamentales, lesenas y frisos de arco de sierra, pero además tienen un elemento decorativo del que carecen el resto de construcciones: unos círculos concéntricos que se ubican bajo los arquillos ciegos. Hay quien los denomina círculos refundidos. En el interior destacan las pinturas murales, cuyos originales también descansan en el MNAC. En esta ocasión el ábside está presidido por las pinturas de la Epifanía, donde la Virgen María aparece sentada en el trono, y su Hijo en el regazo.
De vuelta al minibús nos recibe Claudio, el conductor, que nos llevará al pueblo de Barruera, donde está nuestra próxima visita, el templo de Sant Feliu. Se encuentra ubicado fuera del núcleo urbano y ha experimentado diversas transformaciones a lo largo del tiempo. En su puerta de entrada, situada en un pequeño porche, destaca un cerrojo de grandes dimensiones ornamentado con la cabeza de un becerro. El campanario es más austero y discreto que los anteriores vistos. Este monumento solo conserva el lado sur del transepto, con una nave y dos ábsides, el central de mayores dimensiones. En estos ábsides se encuentran dos tipos de ventanas románicas diferentes, la abocinada y la de abertura recta.
Nos despedimos de Barruera y volvemos a Tahüll, esta vez no de visita sino a calmar el apetito, que ya va siendo hora. Antes, nuestro amigo Juan Carlos puso todo su entusiasmo en agasajarnos con un vermú de la tierra, del cual dimos buena cuenta. Una vez alimentados y con el pertinente sorteo de cada comida ya realizado, dimos por finalizada la sobremesa. Dispuestos de nuevo, Claudio (nada que ver con Emerson Fittipaldi) pone rumbo a Boí, en una de cuyas plazas se encuentra la iglesia de Sant Joan, de planta basilical con tres naves separadas por arcos de medio punto que desembocan en tres ábsides. El central es recto derivado de unas reformas arquitectónicas. El campanario muestra una evolución constructiva, la base es del primer periodo Románico, los dos pisos siguientes son del siglo XII y el último es de corte moderno. La decoración exterior de los ábsides es la clásica lombarda con sus características ya mencionadas. La puerta que se abre en la fachada norte estaba protegida por un porche que sirvió como protección del enlucido y las pinturas murales exteriores.
Los excepcionales restos de pinturas de este templo también están custodiados en el MNAC, aunque aquí podemos ver una reproducción en la actualidad. En el interior de la iglesia observamos dos niveles de representación: los santos que ocupaban la mayor parte de los muros y que representan el Universo Celestial, y los animales del bestiario, criaturas que pueblan el mundo terrenal y que se ubican debajo de los anteriores.
Para finalizar la jornada nos desplazamos a Erill la Vall, donde tenemos cita con la iglesia de Santa Eulalia. En este templo nos encontramos con el campanario más esbelto del valle, con seis pisos y una altura de 23 metros. Las ventanas son de arco de medio punto, excepto la del muro oeste, que tiene un dintel recto y la excluye del Románico. La iglesia se presenta en forma de una sola nave muy alargada que culmina con tres ábsides semicirculares en forma de trébol. Dispone de un pórtico exterior que cubre la puerta de entrada del templo. Tanto este como la torre son de la última fase de la construcción. En el interior encontramos una reproducción del conjunto del Descendimiento de la Cruz, las figuras originales se encuentran en el Museo Episcopal de Vic y en el MNAC. Es el único descendimiento que se conserva completo entre todos los del taller de Erill. En el interior podemos contemplar la única pila bautismal románica hecha de obra, con diferentes sillares de piedra, que se conserva en Cataluña.
A los pies de la construcción está situado el coro, un añadido donde se expone mobiliario litúrgico. Como función religiosa, las torres representaban el elemento arquitectónico que, simbólicamente, se elevaba hacia el cielo. Como función social, permitían comunicarse entre ellas en tareas de vigilancia. Ya cuando la oscuridad se apoderaba de Erill, pusimos rumbo hacia el hotel Cotori, en Pont de Suert, donde nos encontramos con Jorge Rodríguez, gerente del establecimiento y apasionado del Románico. Lo vive, lo disfruta y ayuda a su mantenimiento y restauración; es un crack.
A nuestro delegado Tomás no se le escapó el detalle y le faltó tiempo para abrirle nuestras puertas y ofrecerle ser un miembro más de la asociación, algo que no desestimó y que en la actualidad es nuevo socio de nuestra casa.
El gallo volvió a cantar a la misma hora que en jornadas anteriores y una vez hechas las maletas y saciados los estómagos, nos dispusimos a afrontar la última etapa del viaje rumbo a la comarca de la Alta Ribagorza, concretamente a Nuestra Señora de Baldós, en Montañana donde nos recibió Javier Torres, navarro integrante de la docena de habitantes que pueblan esta localidad. Las empinadas y pedregosas calles de Montañana no nos pusieron fácil la peregrinación a la parte alta del pueblo, donde está ubicado el templo. Es una preciosa localidad medieval, anclada en el pasado, con pasadizos, porches, rampas, casas y tejados de piedra, y nos permitimos disfrutar de la visita a algunas de sus estancias como la panadería y el hospital, decoradas simulando la época.
Une los dos barrios del pueblo (parte alta y parte baja) un puente de traza medieval de doble arcada, el cual nos sirvió como excusa para hacer una parada técnica y recibir información del guía, lo que agradecimos enormemente ya que aprovechamos para dejar de resollar. Un esfuerzo más y ya nos encontramos con la iglesia románica de Nuestra Señora de Baldós, construida en el siglo XII y cuyo espectacular campanario fue levantado en el siglo XIII. La portada profusamente decorada, el magnífico tímpano y los capiteles que adornan esta iglesia merecen su contemplación. Su planta es de cruz latina y ábside cilíndrico con canecillos. En el interior se encuentran unos frescos, pero ya de época gótica. Fuimos obsequiados con la proyección sobre el ábside de una película, elaborada con fines formativos, sobre la evolución histórica de la zona, en la que pudimos contemplar una parte importante de las joyas románicas de la comarca. ¡Olé por Javier! El descendimiento lo realizamos por la parte opuesta de la subida, por un camino serpenteante y lleno de naturaleza.
Disfrutamos de lo lindo hasta alcanzar la ermita de San Juan. Es de una sola nave en planta y un ábside cilíndrico, dispone de una espadaña de tres ojos sobre la fachada occidental. Tiene grabada en su interior una cruz de Jerusalén entre motivos lunares, símbolo de las milicias que operaron allí, primero los Templarios y después los religiosos de la Orden Hospitalaria. Dándonos las gracias recíprocamente, el guía y el grupo nos despedimos y pusimos proa hacia Ager, donde nos esperaba reposante frente a la sierra de Montsec la colegiata de San Pedro.
Con nuestras fuerzas ya mermadas, emprendimos la última cruzada. La encargada de meternos en la historia de esta colegiata fue Nuria, a la cual agradecemos el esfuerzo de agilizar la visita ya que el tiempo de que disponíamos era muy dilatado. El conjunto de San Pedro es una magnífica ruina parcialmente restaurada. En origen, la iglesia era de tres naves coronadas con tres ábsides. Bajo ella se encuentra una cripta que puede considerarse como una iglesia separada, es de tres naves y se trata de un templo más antiguo. Como la mayoría de las criptas, se hace por aprovechamiento del desnivel natural del terreno. El claustro, del que solamente se conserva una parte, es de estilo gótico y tiene una particularidad muy significativa: los arcos arbotantes de refuerzos están orientados hacia el interior, lo que origina otra galería paralela a la principal.
En el siglo XIX fueron descubiertas en este lugar las piezas de un misterioso juego de ajedrez. Están esculpidas en cristal de roca y tienen unas inscripciones todavía no descifradas. Tampoco se sabe a ciencia cierta para qué juego fueron creadas. Mención especial a doña Paquita, que vivió en estas dependencias y cuidó de ellas, además de ser la encargada de dar cuerda al reloj hasta 2010. Toca retirada y volvemos sobre nuestros pasos para alimentarnos de nuevo en el monasterio de Avellanes. Esta vez, el sorteo no se celebra a la finalización de la comida, sino en el trayecto hacia la estación de Lleida, porque el tiempo apremia y el tren no espera. Llegamos al recinto ferroviario, y dimos por finalizado este inolvidable y mágico periplo cultural. Despedidas, saludos, besos, abrazos y ¡hasta la próxima!
No puedo cerrar la crónica sin dar las gracias a todo el grupo y decirles lo agradable y divertido que resultó compartir estos días con ellos, y sobre todo a Tomás Aranda, nuestro coordinador, que hizo posible que el viaje transcurriera sin un solo cabo suelto, organizado y encajado de manera perfecta. Gracias a todos.
Eduardo Yebes Herreros Amigo del Románico 1519