Los ecos producidos y, aún no apagados, por el artículo Reflexiones Románicas IX que, dedicado a explicar el simbolismo de un capitel del primer maestro de San Quirce, publicara el insigne Jaime Cobreros en el mes de noviembre pasado, me dan pie - y hasta excusa- para entrar a discutir el modelo de los cuatro niveles de interpretación que la concepción teológica ha aportado al sedimento de la percepción simbólica, incluso, al mundo actual. Y al discutir este modelo de los cuatro niveles de interpretación - literal o histórico, alegórico, moral y anagógico o místico-, ubico al arte románico en el principio hermeneútico que nos capacita, por antonomasia, para penetrar en el misterio de la percepción simbólica. Tanto San Agustín como Santo Tomás de Aquino, al referirse a estos niveles, hablaban de la literalidad del texto (signo) como una realidad material, la historia tomada al pie de la letra. Según esta definición, aquí encontraríamos el sentido del símbolo en su contexto histórico, con un discurso "literal" que expande el entendimiento hacia una mesura cuantitativa de conceptuación y racionalización, pero que no se implica en una demostración auténtica de la realidad porque no está comprometido con ella.
Es tan sólo cuando se emprende la tarea de separar y clasificar el símbolo de lo que su propio significado soporta y sugiere, cuando aparece un nuevo nivel que, basándose y presuponiendo el histórico, lo trasciende. Es el conocido como nivel espiritual. Ahora bien, este sentido o nivel espiritual, tiene una triple división. El primer estadio, nos llevaría al entendimiento alegórico, en el que el discernimiento del significado del símbolo se logra a través de la cosa significada. Aún no exige que entremos en el proceso de conocer. Permanece en el mismo plano de la evidencia y percepción, sin correspondencia alguna entre dos universos pertenecientes a diferentes niveles ontológicos.
El segundo estadio es el llamado moral y, en el contexto cristiano, es el que lleva a una mayor imitación a Cristo. Surge y se experimenta como una revelación espontánea que conecta la vida interior con la imagen exterior, más allá de la intención consciente. No aumenta por el esfuerzo humano, sino que es concebido como un don del alma que, al suponer una ruptura con nuestros supuestos sobre la realidad, es difícil de aceptar.
Finalmente, solo aquellas raras almas que pueden penetrar más allá de la percepción moral, les aguarda la percepción anagógica o mística, en la que se produce la unión del acto de la percepción con lo percibido, el signo con el símbolo, el mundo y la psique, el observador con lo observado. El símbolo no soporta o sugiere el sentimiento divino, sino que deviene en la divinidad misma. En él, el grado de compromiso del observador con el símbolo ES la "verdad" revelada a esa persona en ese momento. No precisa esfuerzo intelectual alguno, sino que es llevado por el deseo de unión. Es poder conmovedor. Es, en fin, enamoramiento.
A tenor de lo expuesto, podríamos simplificar el valor de cada uno de los niveles de entendimiento de la concepción teológica, de la siguiente forma: el histórico o literal, solo asume la ciencia natural; el alegórico, es la verdad disfrazada por la metáfora poética (del griego, allegoria) porque acepta el misterio de la imagen simbólica; el moral, se acerca a la profecía y a la fatalidad, pues se conmueve con el símbolo y ejercita su libertad de elección; finalmente, el anagógico, es la fusión con la "verdad" revelada. Fijado el planteamiento, no podemos desconocer que el pensamiento positivista moderno toma ahora el entendimiento histórico o literal (las sombras de la caverna de Platón) por el mundo real, y reduce el espiritual (las Ideas platónicas) a meras abstracciones. El mundo de más allá de lo literal se vuelve sombrío y supersticioso en tanto no pueda ser pasado por el análisis racional. Por ello, el nivel anagógico de percepción simbólica no va a tener cabida posible en el mundo actual. Sin embargo, en el simbólico o alegórico, el hombre actual, huérfano de totalidad, ante el gran desafío de reconquistar el lenguaje multidimensional del símbolo y poder así recuperar su equilibrio, va a encontrar un lenguaje medio, equilibrado entre el intelecto puro y la percepción sensorial activando una "imaginación cognitiva" que reflejará su mundo arquetipal. Consciente de todo ello, es por lo que, pienso, el arte románico está de moda. Y que su mundo literal, concreto, y material puede y debe utilizarse como una "atracción" o "anzuelo" para encantar y atraer a la gente a una percepción espiritual. No olvidemos que el arte románico está lleno de símbolos y que, como decía Plotinio, el hombre sabio es aquel que en una cosa lee otra. Por todo ello, sugeriría que el arte románicoy más concretamente su percepción simbólica anagógica- actuara como tal anzuelo para personas hambrientas de un significado más profundo. A partir de allí pueden comenzar a elaborar una actitud de concientización que les capacitará para moverse en un proceso de interiorización, de modo que puedan integrar el significado de un símbolo, revolucionando los presupuestos ortodoxos que separan actualmente el conocimiento del observador de la concepción de la realidad de su experiencia.