Capitel de la Catedral de Santiago. Fotografía A. García Omedes. Arquivoltas.
La primavera ha traído los primeros peregrinos al Camino de Santiago. Los peregrinos con sus pasos han puesto en flor nuevamente los capiteles románicos de la ruta jacobea. Camino y románico llevan alimentándose mutuamente desde hace nueve siglos, ambos vivos y actuantes sobre quienes recorren el primero y observan con atención al segundo. El románico es uno de los elementos fundamentales a través del cual cada peregrino puede realizar su Camino "vertical" de Santiago, al mismo tiempo que sus pasos recorren kilómetros de polvo, piedras y asfalto.
El Camino de Santiago y el arte románico tiene en común que ambos responden al "orden natural de las cosas". La integración de ambos en el cosmos (no se olvide que el Camino es la transposición en la Tierra de la Vía Láctea celeste, amén de otras cuantas relaciones más) les otorga su correspondencia mutua y su dimensión totalizadora. Románico y Camino comunican con las tres dimensiones básicas del hombre (cuerpo, alma y espíritu) generando no sólo sentimientos trascendentes transmitidos al alma por los sentidos, sino también un conocimiento suprarracional de orden superior necesario para la propia realización espiritual profunda de todo hombre.
Es cierto que no sólo existen templos y monumentos románicos en el Camino de Santiago, pues afortunadamente abundan en Europa y todos ellos guardan potenciales capacidades de resonancia espiritual extraordinarias. Lo que sucede con el Camino es que en el mismo existe una considerable concentración de construcciones románicas dispuestas, además, con una cierta cadencia que mantiene la necesaria tensión espiritual del peregrino en cada jornada.
El símbolo inherente al románico que se extravasa desde portadas, capiteles y canecillos, así como el del propio Camino, entidad con realidad material, mental y espiritual, es el vehículo privilegiado para transmitir al hombre la presencia de la Realidad última que se descubre traspasando los distintos planos que la celan. El Románico y el Camino, en perfecta simbiosis, hacen al hombre traspasar de lo real tangible (o sensible, comunicado por los sentidos) a lo real intangible (o no sensible) hasta alcanzar lo Real más inasible, la Esencia pura, el Principio, Dios, la Realidad absoluta o lo Real por antonomasia. Si el hombre tiene acceso a la realidad tangible por medio de los sentidos y a la realidad intangible por medio de su intelecto, el acceso a lo Real, a la Realidad absoluta, lo logra por su facultad más depurada, es decir a través del conocimiento intelectivo de su espíritu. Espíritu creado "a imagen y semejanza" de lo Real para que el hombre pueda llegar a conocer a lo "semejante" a sí, a Dios.
La inicial participación tanto del románico como del Camino en los arquetipos divinos y en el orden natural de la Creación, hace evidente la connaturalidad del arte románico y del Camino de Santiago. "Sin aquél, el Camino sólo habría sido una ruta más (religiosa) de tantas que surcan la viaja Europa. Si el Camino sigue vivo y habla al hombre moderno es en gran parte por el románico que florece a su vera. A veces como humildes flores del campo, otras como arbolillos, en ocasiones como árboles magníficos de gran porte, el último de ellos como el más majestuoso y magnífico gran árbol, de la especie de los que el paso del tiempo ennoblece y las inclemencias lo arraigan más a la tierra. Ese gran árbol románico último es, evidentemente, la Catedral compostelana".
Un año más el Camino de Santiago despliega su románico a los ojos de peregrinos, turistas y viajeros. Y es algo que por conocido no lo valoramos como se debe. La caridad apostólica del Apóstol no sólo ha conservado el Camino para este hombre moderno perdido que esquilma sus propias raíces suicidamente. Santiago ha escalonado a lo largo de su Ruta referencias valiosísimas en portadas, capiteles y canecillos románicos en las que el hombre del siglo XXI puede apoyar sus pasos con seguridad de encontrar tierra firme.
Referencias bibliográficas:
· Camino de Santiago, geografía del Espíritu. J. Cobreros. Ed. Obelisco. Barcelona, 2004.