Seguro que en muchas ocasiones han oído hablar del burro flautista. Sí, aquel que hizo sonar la flauta por casualidad. Yo oí hablar de él por primera vez no hace muchos años, en Cornebarrieu, una localidad próxima a la ciudad Toulouse. Durante una cena “familiar” en casa de una buena amiga, su estimable abuelo me contaba que el profesor de español del colegio en el que él estudió, les hizo aprenderse de memoria la fábula del burro, la cual me recitó en perfecto castellano.
Enseguida (imagino que igual que a quien lee estas breves líneas), me vino a la cabeza una imagen románica tan interesante como enigmática: la del burro tocando el arpa. Aquella noche salí de casa de Louise tan sorprendido por la memoria y pronunciación castellana de su abuelo (sólo recitando la fábula), como emocionado por haber encontrado una buena pista para un camino en el que estaba atascado, y para el que las soluciones que había leído no me acababan de convencer.
El lenguaje románico fue un magnífico creador de imágenes. Imágenes, que ejercían como buenas y efectivas herramientas para transmitir mensajes, muchos de los cuales, olvidados por la inquina y el paso del tiempo, no han llegado hasta nuestros días. Una de ellas fue la del burro arpista desarrollada en la escultura románica de los siglos XII y XIII. Aunque se pueden encontrar en otros soportes e insertadas en alguna escena, normalmente vamos a encontrar al burro de manera aislada tocando el arpa en la superficie de alguno de los canecillos de los aleros de las iglesias.
La aproximación al significado que se le ha asociado habitualmente es la de la pereza, por su forma de desplazarse lentamente. Así, podría encarnar a aquellas personas que pretenden alcanzar un objetivo difícil sin esfuerzo previo. También ha sido tenido como imagen referente a la soberbia, pues el burro, animal considerado sin inteligencia y torpe (excepto Platero), tiene la irreverencia de intentar tocar con sus pezuñas un complejo instrumento que requiere de mucha destreza y delicadeza, asociado generalmente al cielo y tocado por algunos de los veinticuatro Ancianos del Apocalipsis.
En última instancia, volviendo a la fábula, se podría interpretar la imagen como un arquetipo de aquellos que han logrado algo bueno y provechoso por casualidad, sin la preparación oportuna, y un aviso de que no siempre va a ser así, y que lo que ocurre una vez por casualidad, no tiene por qué volver a salir bien.
Y ahora, recién acabada la asamblea de Segovia, cabe poner de relieve la presencia de tres burros arpistas que se conservan en diferentes iglesias de la ciudad:
· Portada occidental de la iglesia de la Vera Cruz de Segovia. Imágen 1
· Tejaroz de la galería porticada sur de la iglesia de San Juan de los Caballeros. Imágen 2
· Alero de la galería porticada meridional de la iglesia de San Lorenzo. Imágen 3
Emilio Jesús Díaz, Coordinador AdR de Valencia y Baleares, Historiador del Arte por la Universidad de Valencia. Guía Historiador en Historiarte Medieval.