La agradable mañana del pasado 26 de noviembre del 2022 nos encontramos nada menos que 35 amigos del románico ante la fortificada fachada de la iglesia del Reial Monestir de Santes Creus.
En la plaza frente a la iglesia, la excelente profesora Francesca Español, inauguraba la visita guiada que nos introduciría en los secretos de uno de los tres grandes monasterios cistercienses catalanes.
Que la fachada estuviera coronada con almenas, no era habitual, pero la guerra con Castilla obligó a ello, al tratarse de un conjunto edilicio asociado al rey. Tampoco es habitual un gran rosetón sobre la fachada principal, pues contradice la doctrina defendida por san Bernardo de Claraval para los monasterios de los monjes blancos. Más tarde veríamos, en la decoración escultórica del claustro, lo que habría sido un nuevo dolor de cabeza para el santo. Frente a esta deseada austeridad, que rechazaba la decoración escultórica figurativa y fantástica en el ámbito monástico, se alzaba la postura opuesta del abad Suger de Saint-Denis, que propugnaba la llamada a los sentidos.
En Santes Creus tenemos una arquitectura ordenada, perfectamente adecuada a la regla benedictina. Está disposición de los espacios alrededor del claustro quedó fijada a principios del siglo XI, según se ha identificado en las excavaciones de Cluny.
Ya en el claustro, la profesora Español nos expuso que el culpable de romper por el ideario de san Bernardo fue la llegada de un rey, Pere el Gran. Casado con Constanza de Sicilia, heredera del trono siciliano, el rey reivindicó dicho reino, que había sido invadido por Carlos I de Anjou. La victoria de Pere en la conquista de la isla significó la excomunión del Papa, que apoyaba a los Anjou.
Cuando el rey Pere era enterrado en Santes Creus, no se consideraba necesario un sepulcro monumental. Tras el corto reinado de su hijo Alfonso III el Liberal, le sucedió su segundo hijo, Jaume II, en aquellos días rey de Sicilia. Era la última década del siglo XIII. Los hasta entonces poco suntuosos palacios de la Corona aragonesa cambiarían de fisonomía al importar el rey el lujo y la riqueza de edificios como la Capilla Palatina de Palermo. Aplicar esta suntuosidad decorativa era un elemento indispensable para una política dirigida a prestigiar la monarquía.
Esto implicaba monumentalizar la tumba de los antepasados, siguiendo la costumbre iniciada por los Hohenstaufen en Sicilia. Para la tumba de su padre, Jaume trajo de Sicilia una pieza de pórfido. El color burdeos de esta roca, extraída de Egipto, era privativo del emperador romano. Era un material exclusivo, sólo explotable a través de los restos romanos. También la estructura sepulcral es siciliana.
La reina Blanca de Anjou, segunda mujer (de cuatro) de Jaume, pero madre del rey sucesor, fue enterrada en otra tumba de estructura similar, con baldaquino, frente al rey Pere. Posteriormente se enterró con ella a Jaume II. Las esculturas de ambos visten el hábito cisterciense, lo que permite, conceptualmente, un mayor acercamiento a las reliquias incorporadas en el altar mayor.
El hijo sucesor, Alfonso el Benigno, cambió de idea y se hizo enterrar en los Franciscanos de Lleida. El nieto, Pere el Cerimoniós, se decantó por volver a Poblet, junto a su tatarabuelo Jaime I.
Algunos de los capiteles de la tumba de Pere imitan los de la Sainte-Chapelle de París, en aquel momento en la vanguardia del arte europeo. En un entorno con artistas anclados en el viejo estilo, la llegada del rey Jaume II permitió el salto del románico al gótico. Hay que reconocer que, a pesar de ser AdR, nuestra inmersión en el gótico de la mano de Español fue totalmente satisfactoria.
La visita continuó con las demás dependencias del monasterio. Entre ellas destaca el llamado Palacio Real, que la profesora Español reclama, como voz que grita en el desierto pero con convincentes argumentos, ser en realidad el Palacio del Abad. Triste prueba de la recurrente traición a la historia en pro de los intereses turísticos y de otra índole.
Tras la gustosa comida en el mismo Santes Creus y los preceptivos sorteos y entrega de premios, nos dirigimos al cercano pueblo del Pla de Santa María para visitar la iglesia de Sant Ramon. Esta iglesia entonces parroquial dependía de la catedral tarraconense, en cuyo interior podemos ver el Frontal de Santa Tecla (ca. 1200), obra de un maestro foráneo al cual le gustaba el arte clásico. Se relacionan con este taller las claves de bóveda de Poblet, la portada de l'Anunciata de la catedral de Lleida, así como la bien conservada portada de la iglesia visitada. Portada que mantiene las características de estilo, si bien no con la calidad del frontal. La fecha sería como muy pronto 1260, cuando ya se estaba aplicando el gótico en la catedral.
En contraste con la escultura de Santes Creus, aquí no hay un salto sino prolongación de estilo. Santa María, la titular original de la iglesia, preside el dintel en forma de Madre de Dios de la leche. Se trata de una iconografía propia del siglo XIII, ajena al románico. Virgen, niño, y dos ángeles aparecen enmarcados por columnas helicoidales, que vemos también en el frontal de la catedral. Entre María y los reyes magos, a la derecha, aparece un profeta. En el otro lado del dintel, un hombre vestido de obispo, cuyo palio arzobispal permite identificarlo como el titular de Tarragona. Nos deja bien claro quién mandaba en esta iglesia.
Tras visitar el interior románico del templo, dimos fin a la visita con el preceptivo aplauso a nuestra excelente guía, la profesora Francesca Español, que tan grata e interesante nos hizo la visita. Y cómo no, justo es dar las gracias a los organizadores de la visita, que fue todo un éxito.
Xavier Lorenzo Figueras Socio nº 227