¡Que San Pantaleón me proteja! Me ha tocado redactar la crónica del IX Fin de Semana Románico por las Merindades burgalesas. En un primer momento pensé ¡gané la rifa del tigre! Pero, ¿quién puede decir que no a Lola cuando se propone algo? Además, tienen razón cuando dicen que todos debemos poner nuestro granito de arena.

Vamos a lo que nos interesa y pido disculpas de antemano a las almas sensibles acostumbradas a la buena literatura, una hace lo que puede pero no soy García Marques o Saramago.

Llegamos (los Abriles y yo) desde Barcelona al hotel Plati justo a tiempo para la cena. Siempre es un gusto reencontrarnos con los amigos de otros viajes y descubrir a los nuevos amigos. Desde el primer momento el ambiente se respiraba relajado y animado y, acompañados por cinco Ángeles, tuvimos la convicción de que el viaje tenía buen augurio. Después de los saludos no dispusimos para la gran comilona que se repetiría varias veces a lo largo del fin de semana, ¡no cabe duda de que en estas tierras se sabe disfrutar de los productos de la tierra!.

La mitad del grupo dormía en el Hotel La Rubia, en parte porque un grupo como el nuestro satura las plazas disponibles y en parte porque Medina de Pomar estaba en fiestas; intentar dormir allí hubiera sido casi imposible. Como siempre sucede, los más animosos (que no siempre son los de menor edad) salieron a disfrutar del ambiente nocturno de Villarcayo y el resto nos fuimos a descansar.

Los asistentes estábamos tan ansiosos por empezar el día que nos reunimos para desayunar incluso antes de que llegara el pan al hotel. Desayuno “ligero” y salimos con rumbo a San Pedro de Tejada, en medio de una densa niebla que tardó un buen rato en levantarse, pero que nos dio la oportunidad de hacer fotos interesantes. Los detalles técnicos e históricos podéis leerlos en la documentación correspondiente, accesible desde la web interna de la asociación, que no es este el espacio adecuado para discutirlos y corro el riesgo de aburrirles hasta límites insospechados. La iconografía no tiene desperdicio y, como suele suceder en nuestras excursiones, pasamos un largo rato haciendo fotografías y discutiendo nuestras propias interpretaciones de las formas y los colores.


Con los primeros libros comprados, continuamos la ruta hacia El Almiñé, la gran pericia del conductor de autobús, que milagrosamente pasaba puentes estrechos y daba la vuelta en calles imposibles, nos dejo sorprendidos a todos.

El sol salió justo a tiempo para dar unas tonalidades encantadoras a los canecillos, las pinturas y modificaciones arquitectónicas dieron para muchas elucubraciones. A pesar de las colas para subir al campanario (las escaleras dan para lo que dan y no se construyeron para los visitantes eventuales) la vista del paisaje que nos esperaba en la cima bien merecía la espera.

Para nuestra sorpresa, en uno de los altares laterales nos encontramos con una gran variedad de productos de comercio justo y, dicho sea de paso, a un precio muy justo, lo que facilitó que diéramos rienda suelta a nuestro espíritu consumista: chocolates, pequeñas cestas tejidas a mano, letras de madera pintadas de colores intensos, pendientes de cáscara de coco... toda una variedad de objetos para todos los gustos.

Creo que Javier y Luis David sufrieron un poco para hacernos bajar del campanario y subir de nuevo al autobús sin demasiado retraso, pero nunca perdieron la sonrisa. Tuvieron un tacto y una paciencia digna de mención y reconocimiento.

Llegamos a Butrera, previa parada en un bar para reponer fuerzas (¡ja!), el interior tiene algunos problemillas de humedad y me quede con ganas de quitar la infinidad de repintes que tiene una escultura de la Virgen con el niño, probablemente aparecería una imagen mucho mas cercana a la original o por lo menos sería menos “artificial”.

La comida fue espectacular, un paté con reducción de no-se-que, setas, carne, tres postres... Dejemos de hablar de comida, que va a parecer que solo fuimos a rellenar los estómagos y no a ver el Románico.

Con ganas de una buena siesta salimos rumbo a Siones. Las risas en el autobús evidenciaban el buen ánimo y la poca voluntad de parecer un grupo serio. Al llegar al pueblo, lo primero que nos encontramos fue a tres vecinos quitándole la piel a un jabalí que tenia aspecto de no estar aun “frío” del todo. Nadie me había preparado para lo que nos esperaba en el interior de la iglesia: un complicado discurso iconográfico de una calidad espectacular. Afortunadamente tuvimos tiempo para hacer centenares de fotos y tener un largo rato de contemplación para disfrutar de estas maravillas y dejar volar la imaginación intentando entender cada detalle.

Seguimos el recorrido en Vallejo de Mena, a la hora prevista y con un muy buen clima que parecía encargado por los organizadores al propio San Lorenzo. Esta claro que esta iglesia tenía expectativas de ser mucho más de lo que finalmente se construyó, lo que le da un cierto aire monumental, pero de dimensiones extrañas. Por desgracia, y como sucede en muchos de los monumentos del país, “con la iglesia hemos topado” y no pudimos ver el interior; pero así tenemos excusa para organizar nuevas excursiones. ¡Siempre hay que dejar cosas pendientes para volver!.

Finalmente volvimos a Villarcayo y nos reunimos en el hotel para cenar. Afortunadamente nos dieron cena ligera de ensalada y bacalao, a la que algunos ni se presentaron pensando que volverían a servirnos un banquete como si después fuéramos a cortar leña al monte.

A la hora del sorteo, en “una” de las mesas (estábamos distribuidos en mesas de 10 personas en un gran salón y yo estaba en “esa” mesa) Fermín vaticinó que los libros y el crismón se quedarían con nosotros; la mesa del costado se “pico” y reclamó tongo aun antes de que saliera el primer número. Las carcajadas comenzaron cuando, efectivamente, el crismón y uno de los libros vinieron a caer a nuestra mesa, pero pronto reímos aun más cuando empezaron a ganar libros nuestros vecinos. Augusto, en un gesto que le honra, cedió su libro porque Luisa ya había ganado otro.

El domingo por la mañana, ya desayunados y descansados (y un poco menos madrugados), partimos con rumbo a Almendres donde conocimos al 50% del pueblo. Ya sé que teniendo solo 4 censados, no tiene mucho mérito, pero fueron muy amables y encantadores. Me reconcilia con el genero humano la sensibilidad que tienen por su Patrimonio y la emoción que sentían al ver que un montón de gente armados con cámaras venia de todo el país a visitar su “humilde” capilla. A ver si toman nota las autoridades y hacen algo por su conservación, o se cambia pronto la cubierta o cuando se quieran dar cuenta será demasiado tarde... por mi parte ya estoy mirando alguna cosilla que no se si llegara a buen puerto, pero esa es harina de otro costal.

Después de una pequeña escala para tomar un tentempié, llegamos a la Cerca donde disfrutamos de una excelente explicación tanto de la historia del monumento como de las anécdotas mas recientes que demuestran lo difícil que es mantener el Patrimonio en condiciones aceptables. La superposición de etapas constructivas y las diferentes remodelaciones no facilitan la lectura del edificio, pero con un guía de lujo como el nuestro todo parecía mucho más sencillo.

La última parada de nuestro viaje fue San Pantaleón de Losa, donde conocimos a la Asociación de Amigos de San Pantaleón, que han hecho una labor titánica por la conservación y restauración de su iglesia. Pero no conformes con eso, han hecho una profunda investigación histórica del monumento y su entorno y ahora trabajan por reinstaurar las fiestas tradicionales. Es loable cómo mantienen vivo el Patrimonio.

Hay gente que tiene una gran cantidad de conocimientos, pero si además tienen gracia y pasión para compartirlos, el aprendizaje es completo y la visita extraordinaria. Es el caso de Javier Fernández, que nos dio toda una instrucción sobre la iglesia de San Pantaleón, por arriba, por abajo ¡y por todos los rincones!

No acostumbro hacer recomendaciones de libros que aun no he tenido tiempo de leer, pero “La roca de los cielos” de Myriam Satrustegui y Alejando González parece una novela agradable de leer y que puede dar interesantes sorpresas.

Tras varios cambios de coches a lo largo de la mañana y cargaditos de libros, llegamos a la casa de Javier Fernández, que tiene una vista espectacular del montículo donde se asienta la iglesia; evidentemente aprovechamos para hacer aun mas fotos. Muchos se despidieron en este punto (algunos ya lo habían hecho antes para llegar a buena hora a sus localidades) y nos fuimos a comer a Quincoces a una encantadora casa de indianos restaurada muy fácil de ubicar: cuando veas el ayuntamiento a mano derecha de la rotonda, gira a la izquierda y busca la casa roja, no, no es broma, el edificio del ayuntamiento era el único en la rotonda y el color de la casa se ve desde lejos, no hay pérdida.

El interior sorprende por su colorido y luminosidad ¡y la comida! Comilona de despedida que culminamos con un recorrido por el hotel para ver algunas de sus habitaciones, cada una decorada con un estilo específico. Un lugar original y muy recomendable... ¿y si los Amigos del Románico abrimos una sección con recomendaciones de hospedaje y comida?

Por desgracia para los que asistimos y por fortuna para los organizadores, todo tiene su final y llegó la hora de despedirnos hasta la próxima vez. Nos vamos con un buen sabor de boca (no, ahora no hablo de comida) por los monumentos que hemos visitado, son hermosos y dan buen testimonio de la calidad de los artesanos de la región; pero sobre todo, nos vamos con la alegría que da reunirse con los Amigos y un gran agradecimiento a quienes han dedicado tantas horas de esfuerzo y cariño para que todo saliera perfecto. No siempre dedicamos el tiempo y la tinta que deberíamos a reconocer el trabajo bien hecho; el buen ambiente lo hemos puesto cada uno de nosotros, pero no hubiera sido posible sin vuestro compromiso y energía. Se que hablo por todos cuando os digo, de todo corazón, ¡gracias!

Pilar Giráldez